segunda-feira

Flores: Dragones de Komodo

La despertada fue alrededor de las siete de la mañana para moverse con destino a nuestra expedición. Peter de Irlanda que venía viajando con César, sumado a Koen, Gecko y Yo, nos fuimos a buscar alojamiento apenas desembarcamos. El inglés y el alemán que venían con Gecko desde las Islas Gilli, habían partido a reunirse con otros dos compañeros más.
A las ocho ya nos encontrábamos todos arriba de una embarcación que negociaron los alemanes a muy buen precio, según comentó Peter. Al ver las sofisticadas cámaras de los europeos en el bote, me dí cuenta que no sólo estaba llegando el momento más importante del viaje hasta entonces, sino que me encontraba a punto de presenciar un verdadero milagro de la creación. Había leído que este gran lagarto se alimentaba de elefantes enanos del género Stegodon y ratas gigantes hace unos cien millones de años, y resulta que ahora estaba a punto de poder olerlo por mi cuenta. Estos pensamientos me llevaron a sentirme abstraído pese a que un pasivo silencio se hacía presente entre todos, como si cada uno estuviera preparándose para un trance de alta alucinación: los dragones de Komodo. A los pocos minutos de poner un pie en la isla, todo volvió a ser muy real ya que la fantasía de ser devorado por un dragón cruzó rápidamente mi mente. Entonces agradecí estar en un grupo de nueve personas y con un guía.
Apenas empezamos a recorrer la isla, varias rarezas se presentaron ante nosotros inmediatamente, empezando por cangrejos que salían debajo de las piedras y sumergían en el barro. Sus rasgos se veían particularmente prehistóricos coincidiendo con el paisaje de un lugar que imaginé detenido en el tiempo, casi olvidado de los procesos evolutivos. Mientras pensaba en eso, prontamente alguien advirtió un grupo de búfalos habitando en el barro y al poco rato, una extraña criatura oculta entre las ramas de hojas secas.
Tuve que fijarme hacia dónde iban los lentes de las cámaras para poder ubicarlo. Su piel se confundía con el terreno árido y la sombra de los árboles, por lo que hubo que esperar un rato, hasta que apareció el reptil moviendo la cabeza de lado a lado con gran rapidéz y desplazándose de una manera zigzagueante con su cuerpo. Según nos contaba el guía, el dragón de Komodo puede comer un ciervo de cuarenta kilos. Y si está más hambriento, se organiza dejando a caballos y búfalos sin cuero. Incluso, llega a treparse a los árboles para comerse a las crías de su propia especie.
Lo cierto es que ver seis o siete dragones es algo bien especial. Dependerá de cada persona la capacidad de sorpresa y admiración desarrollada para apreciarlos, pero por mi parte y por lo que transmitían cada uno de los presentes, fue algo único, irrepetible. Un viaje al pasado, antes de mucho.

2 Comments:

Anonymous Anônimo said...

están guenas las fotillos..siga, siga..

6:19 PM  
Blogger HRM said...

Hola Clavel, que increible tu viaje. Este blog sera un referente obligado de ahora en adelante. Felicitaciones, que emocion estar ahi. Me pregunto como sera un Komodo a la barbacoa.
Saludos desde la lejana isla del sur del mundo.

1:13 AM  

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