Flores: Moni
Moni es un pueblo que se encuentra lleno de niños. Son poco más de las siete de la mañana y desde el hospedaje de María situado en una pequeña lomita se pueden contemplar montones de criaturas con sus uniformes escolares de polera blanca, pantaloncito lila y chalitas. Por el pequeño sendero que las oficia de avenida, circula gente en distintos tipos de bemos, mientras una enclenque estructura comienza a convertirse en mercado, así que partimos a averiguar que estaba pasando con Koen y el Gecco. La verdad es que nada interesante encontramos, excepto el remate de pescados deshidratados que parecían muertos de varios días. El tema es que mientras chicharreantes altoparlantes anunciaban las ofertas del momento, nos enganchamos a una excursión al volcán Kelimutu para el día siguiente. Para sorpresa nuestra, en el trayecto se subió más gente, incluidos los tres alemanes y el inglés de la excursión a los dragones, que por casualidad los volvimos a encontrar.
Una vez que llegamos a la cima del volcán, se pudo apreciar la magnitud de colores camaleónicos que se producían en los tres lagos posados en su interior, que a su vez tenía un mirador para contemplarlos. Era casi imposible poder haber imaginado un cráter tan grande que pudiera cobijar tres lagos de distintos colores, lo cual se hizo más evidente con la salida del sol que le regalaba intensos tonos rojos al cielo, a la vez que las aguas de los lagos asomaban un color azul turquesa, negro y verde pálido, respectivamente. Los lagos estaban a unos diez metros de profundidad, así que bañarse en ellos era imposible porque además estaba infectado de distintos minerales y sustancias químicas.

El descenso lo hicimos caminando disgregadamente. Poncho partió antes con una chica local que lo acompañaba desde Bajawa llamada Fina con la idea de mandarla lo antes posible de vuelta a su pueblo, porque quería tener relaciones sin condón, para embarazarse del mexicano. Yo salí con Gecko y uno de los alemanes cuando ya casi todos los turistas se habían ido, así que tratamos de hacer el descenso más rápido tomando un atajo. Afortunadamente anduvimos perdidos, porque así nos encontramos con pequeños poblados destartalados en los cerros, dentro de los cuales había una familia reunida en torno a un puerco que chillaba de manera estruendosa a medida que lo mataban con un punzón. De todos modos las personas reunidas en torno al evento nos invitaron té y fueron muy amables, a pesar de la barrera idiomática que nos impedía poder hablar.

Han pasado algunos días y luego de volver de mi paseo por el mercado es casi mediodía, aunque pareciera que son las cuatro de la tarde. Lo cierto es que nos reunimos todos para la despedida porque el mexicano y el holandés partieron con destino a renovar sus visas, ya que les quedaba poco tiempo. No creo que vaya a olvidar a Koen. Viajamos dos semanas juntos, y aunque ahora se acabó, quizás nos volvamos a encontrar, aunque me parece más razonable pensar en hasta nunca, así que nuevamente somos Gecko y Yo. Pareciera que ellos no son los únicos que partieron. El pueblo acabó con su ruidoso mercado que dura solamente lunes y martes, así que toda la bulla y movimiento pasaron. En el ambiente se respira soledad y tranquilidad. En términos explícitos, aquí ya no hay nada más que hacer, con excepción de acumular fuerzas para iniciar un nuevo recorrido. Por ahora, el tiempo transcurre sin ansiedad, así que hay que hacer todo lento, tranquilo. Escuchar únicamente el sonido de la naturaleza, con una sensación de abandono producto de la partida de la mitad del grupo. Siento que se acaba un tiempo, un ciclo y que todo comenzará a rodar otra vez abriendo nuevos caminos. Eso es algo muy lindo que pasa al viajar, porque siempre es fácil empezar de nuevo, dejando lo vivido atrás como un gran recuerdo y embalarse no cuesta nada. Mientras suena Caetano Veloso, los niños curiosos se empiezan a acercar, saludan y hasta mueven sus cuerpecitos al sonar de la música. Se ven bien felices en general, al igual que todos los Indonésicos. Este es un país tan pobre, pero así y todo muy fácil de vivir. Por todos lados hay ríos y canales que riegan los cultivos de arroz, principal fuente de alimentación de la mayoría de los orientales. Aparte que tienen fruta por todos lados y un clima apropiado, pero volviendo al tema de la felicidad, de la alegría, en este país hay tan pocas cosas y todo es tan fácil que la simplicidad lleva a producir alegría. Esa es una de las cosas que marcan el estilo de vida del tercer mundo. La poca necesidad de evolucionar y cambiar, porque con lo simple basta. Quizás la excepción la marcan los lugareños que habitan en los lugares turísticos. Ellos están acostumbrados a ver al visitante con dinero, así que quieren apropiárselo de cualquier modo, pero sin violencia. Es un acto de ambición que corrompe a las personas y les trastoca todo.
fotos Juan de Dios Ortuzar

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